sábado, 15 de mayo de 2010

El amanuense

YO SOY LAICO, ¿Y TÚ QUÉ ERES?

Al revisar el contenido temático que nos ofrece el Catecismo de la Iglesia Católica, me pareció demasiado interesante iniciar un proceso de consulta que abarque de manera específica la información referente al tema propuesto por esta institución( la Iglesia) en el capítulo tercero, párrafo cuarto. Los fieles laicos. Pienso que decidirme a escribir algo productivo referente a esto, no solo permitiría brindar un tipo de aprendizaje sencillo sino que también generaría tanto en el lector como en mí, que soy quien escribe, un interés positivo por adquirir conocimientos enriquecedores de temáticas fuertes en una sociedad que tras el paso de los días se vuelve débil.

PARA QUE TE INFORMES


Los fieles Laicos son los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.
Para ser sincero, sentí la pronta necesidad de hablar acerca del papel fundamental del laico en la Iglesia. Resulta un poco curioso que aun existiendo fuentes de información referentes a este tema, como laicos, no nos decidamos incorporarlo a nuestra formación para educarnos y responder así, de manera segura a este llamado que desde nuestro bautismo estamos prestos a ejercer.
No obstante veo también preocupante el desconocimiento en muchos aspectos que encierra nuestra vida de laicos. Aun sabiendo que somos unidad de Iglesia, parece ser no sentirnos parte de ella. Creo que estar orientados a este servicio eclesial, exige también de parte nuestra comprometernos a edificar con pasión una mirada nueva y positiva que responda a los intereses y necesidades planteados por la Iglesia Católica.
Los laicos viven en el siglo, es decir, en todas y cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia esta como entretejida.
Con esta afirmación planteada, es claro entonces, que sin excepción alguna todos estamos llamados sin distinción a cumplir con este servicio que hoy más que ayer se torna vivo. Así como somos y con lo que tenemos podremos alcanzar la unidad en este que también es un estilo digno para el seguimiento y encuentro con Cristo. Sin embargo aunque solemos ser de retos por naturaleza, este desafío del laicado en determinados momentos no nos arriesgamos a afrontar, situación que considero debe hacer un stop de revisión que nos permita observar el motor de nuestra vida, cambiarle el aceite y arrancar nuevamente en busca del Reino de Dios, ese Reino al que pertenecemos todos y que se puede alcanzar a partir de las diferentes vocaciones en las que nos encontramos. Ahora bien, ¿Cómo entender la vocación del laico?
Para responder esta incógnita quisiera enunciar primero el significado de la palabra vocación según dos fuentes:
1. Inclinación, nacida de lo íntimo de la naturaleza de una persona, hacia determinada actividad o género de vida.
2. La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al dialogo con Dios desde su nacimiento: pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no se reconoce libremente aquel amor y se entrega a su creador.
Luego de responder a esta incógnita, es hora de hablar de esta vocación del laico: Para iniciar el Concilio Vaticano II cita que a los laicos les pertenece por propia vocación buscar el Reino de Dios tratando y ordenando según Dios, los asuntos temporales. Si observamos, el ser laico vendría a ser como todo en nuestra vida, una vocación al servicio, pero aquella que se busca en libertad y disposición, impulsado por el ardiente deseo de cumplir la voluntad de Dios y por ende alcanzar el Reino de los cielos.
A los laicos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor.
Cuando encontré esta frase sentí gozo y alegría. Recuerdo la percepción de una señora Opita que me arribo cierto día para confesarme que creía que ser laica la involucraba en la Iglesia, que es un instituto grande en la sociedad, sin pensar en la vida fuera de ella. Que sentía preocupación porque muchas veces su trabajo no salía de las cuatro paredes de determinada Iglesia en la ciudad de Neiva. La verdad no pude contestarle nada, solo calle y prometí responderle algún día. Ahora caigo en la cuenta que Iglesia por el hecho de ser un rebaño de los hijos de Dios, abarca también levantar mi vista a todos los horizontes del mundo, lo cual debe conducirnos a responder a las realidades temporales que se viven dentro y fuera de ella, orientarnos a un trabajo colectivo en nombre de Dios creador, que se construye en esta institución, para trasmitirlo a quien lo necesite haciendo parte o no de esta. Esa sería hoy mi respuesta para Gladys.
Pero quisiera comentar también algo que deja entrever con claridad este fragmento. Pienso que además de hacernos una asertiva invitación en función de tal servicio, nos impulsa a una necesaria formación que nos garantice como laicos un aprendizaje óptimo y significativo, que este regido y ligado a la Iglesia, que se haga permanente y que produzca consciencia absoluta de nuestro papel en la comunidad para poder con prudencia trabajar como Apóstoles en una pastoral firme y sincera, cuya cabeza sea Cristo. Todo esto podría ser en conjunto albergando muchos mas eventos, algunas de nuestras funciones básicas en la Iglesia.
Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando ante todo, con el testimonio de su vida, con su fe, su esperanza y caridad.
Servir a Cristo es una gran exigencia en el presente, aceptar su llamado en la vocación de laico, constituye abrir nuestro corazón con rectitud de intención y disponer esta vida a un obrar en fe, que se hace manifiesto en el vivir diario en la comunidad cristiana, entregándonos a una labor que abre sus brazos para acoger las necesidades de todo un pueblo creyente que guardando esperanzas, espera la misericordia de un Dios salvador que los ama desde su creación y los invita a la santidad.
Como todos los fieles, los laicos están encargados de hacer viva y eficaz su vocación, creo que los frutos que recogen y trasmiten se cultivaron desde su vocación a este servicio en la Iglesia y por tanto han de ser encendidos con llamas ardientes de amor, que vinculen su ser y los haga personas del común pero listas a cooperar con entusiasmo en esta labor encomendada.
Formarnos como laicos implica además de pertenecer a la Iglesia de Cristo, participar activamente de sus quehaceres, ser agentes con un espíritu de caridad y ayudar a construir la Iglesia, que ya desde sus inicios es santa. Resulta interesante conocer que la misión profética de Cristo no solo es establecida a través de la jerarquía, sino también por medio de los laicos.
Los laicos cumplen también su misión profética evangelizadora con ¨ el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra¨. En los laicos, esta evangelización ¨ adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo¨
Es evidente entonces que el apostolado forma parte esencial en la vida nuestra como laicos. No tendría un significado total este servicio que ejercemos si fuese solo limitado a un espacio y tiempo determinado, no puede ser un evento estático, debe tornarse dinámico, debe integrar una serie de aspectos básicos que complementen un ser misionero y logran lo que propone el famoso canto ¨ A edificar la Iglesia¨.
Por otra parte, además de la obligaciones, a los laicos también se les confieren algunos derechos, los cuales considero son de carácter necesario y prudente que brindan acogida, confianza y generan participación.
Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas.
Tales argumentos plasmados anteriormente, son signos grandes de un avance que hizo la Iglesia para brindar al laico el espacio e importancia necesario en este instituto, llegando así, a hacernos bases completas de él, seguidores con constitución distinta pero marcados por una misma esencia y más aun comunidad de hermanos fieles dispuestos a predicar el plan salvífico de Dios y acrecentar así la fe cristiana. No obstante, es evidente que la participación del laico en la misión real de Cristo, toma fuerza y asciende cada día con mayor consciencia cristiana.
Los laicos, además juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas ellas sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes.
A partir entonces de la breve información planteada y la pregunta lanzada desde el inicio del escrito, no hay duda de lo inmenso y significativo que resulta nuestra presencia como laicos en la Iglesia. Ser laico hoy en el siglo XXI, parece atreverse a apostarle a Cristo, llenarnos de aliento, trabajar en comunidad y brindar un respiro nuevo a la sociedad que nos clama. Dudar y temer a responder en esta vocación de laicos a la cual somos llamados vendría a suplir el ardiente deseo de conocer y vivir con Cristo, lo cual debe ser abolido de nuestro pensamiento para iniciar así a edificar una mentalidad nueva y rejuvenecida que nos encamine a Dios, principio de vida y nos motive a anunciarle.
De nosotros como laicos depende la eficacia del trabajo que se nos propone, por ende luchar hasta lograr lo propuesto debe ser la palabra enunciada día tras día. Creo que unidos en fe, amor y caridad podremos perseverar en comunidad, contribuyendo en la obra de la Iglesia Santa, Católica y Apostólica. Ésta que cada día consolida sociedad, presenta alternativas de cambio y se hace actual a nuestro tiempo y espacio.

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